Vanidad. La virtud absoluta de todos y cada uno. Reconocemos nuestras vanidades en el espejo del otro pero pretendemos hacerlas nuestras, olvidando que somos el reflejo ajeno.

CINE, PALOMITAS Y CHER



       Chica de pueblo, guapa, buena persona, lista, simpática y huérfana, por supuesto, que ha soñado desde pequeña con ser bailarina, coge todos sus ahorros y se escapa de un trabajo cutre y mal pagado en su aldea natal para ir a Los Angeles. Allí encuentra por casualidad un club, regentado por Cher, donde queda deslumbrada por el espectáculo y las bailarinas del cabaret. Conoce al chico de la barra, del que se enamora, y consigue que la contraten de camarera hasta que un día descubren lo buena que es cantando y bailando, por supuesto, y acaba siendo la estrella del club. El malo de la peli, rico y guapísimo, intenta conquistarla pero ella lo rechaza porque es buena y prefiere estar con el camarero. Cher la casi adopta como hija y ella en compensación salva el local de la ruina en una sorprendente operación de intrincadas inversiones inmobiliarias. Y todos viven felices y contentos, por supuesto. Fin.

       Hay distintos tipos de películas: las buenas, las malas y las de entretenimiento masivo-social. Yo fui el otro día a ver una de las del último tipo, un poco arrastrada por un amigo, pero siendo plenamente consciente de lo que me esperaba y no voy a negar que en ese momento de estrés post fiestas navideñas me apetecía sentarme en una butaca y ver una película simplona, de las que no hay que pensar, de esas con un tema tan refrito que no aportan absolutamente nada, sólo entretenimiento puro y duro, sin preocupación por la trama o el desenlace, dejando divagar la mente en una relajación absoluta, que como espectadora, la única función es mirar como un autómata y vegetar cual planta ociosa. Que placer. Estoy completamente segura que hacer esto de vez en cuando es bueno para la salud mental y para el espíritu: dejar de pensar por unos momentos para que nuestro cerebro descanse y se purifique. Ver una película de entretenimiento masivo-social es como una clase de yoga para la mente. O como fumarse un porro en un momento de gran agitación. Relax. Descanso. Calma.
Y con ese tranquilo y decidido estado de ánimo me senté tranquilamente a ver Burlesque.
Pero, ay. Subestimé a Cher.
       Al minuto número dos ya me di cuenta de que había calculado mal porque es una película tan tremendamente frívola  que resulta imposible que pase desapercibida, así que decidí decirle adiós a mi relajación trascendental y rendirme ante los efectos del decorado recargado, los excesos aberrantes de retoques y photoshop y del guión de corta y pega, que de tan ridículo me tuvo en vela toda la película. Mis ojos iban y venían excitados en una intención de querer abarcar todos los detalles posibles y no perderme nada de esa obra tan magnífica del poderío hortera de la purpurina y el lamé. Nunca Cher ha hecho una manifestación tan clara de la grandeza del retoque y de su majestuosa vejez, nunca fue tan cierto eso de quien tuvo retuvo, y su cuerpo, queriendo mantenerse estilizado como antaño pero sin poder dejar de achacar los designios naturales, se equilibra entre la sumisión a la realidad o el grácil engaño de tener la misma apariencia que Cristina Aguilera, que es 45 años más joven. Si eso no tiene mérito, muy pocas cosas lo pueden tener. Que diva. Sólo ella podía hacer que este cóctel anodino pareciera una película con opciones a aplausos.