Vanidad. La virtud absoluta de todos y cada uno. Reconocemos nuestras vanidades en el espejo del otro pero pretendemos hacerlas nuestras, olvidando que somos el reflejo ajeno.

A RITMO DE KONNEXION BALKON


         Los grandes placeres de la vida. Ay. Estimulaciones que vamos encontrando de vez en cuando a lo largo de nuestra existencia que sólo pretenden llenarnos el corazón y equilibrar la balanza de lo bueno y lo malo.

       
        Cuando se tiene una edad respetable y ya se han experimentado las sorpresas por la primicia de los contínuos hallazgos de la tierna juventud y se tiene bastante claro lo que nos gusta o nos deja de gustar, apreciamos bastante más el descubrimiento de cualquier hecho que impacte en alguno de nuestros sentidos. Novedad. Carne fresca. Y no es que yo sea una anciana que está de vuelta de todo ni mucho menos, aunque tampoco tengo veinte años -ni veinticinco ni treinta- pero puedo decir que jamás he estado quieta, en gran parte porque mi enfermiza curiosidad por todo nunca me lo ha permitido, y me temo que he saboreado más experiencias de las que le corresponden a mi edad, de las cuales ha habido mejores y peores, por supuesto, y también excepcionales.


         Una de esas excepciones, y quizá, una de las grandes revelaciones de mi vida fue la música clásica. No ocurrió de repente ni fue amor a primera vista y la verdad es que al principio me parecía terriblemente aburrida y era capaz de echarme una buena siesta mientras retumbaba por toda la casa La Valquiria de Wagner con todos sus Nibelungos haciendo los coros. Pero la música, que es muy sabia, conoce el resultado efímero de los flechazos y de las aficiones repentinas y supo introducirse poco a poco en mi vida, llenando espacios que todavía estaban en blanco dentro de mi cabeza, enseñándome a saber escuchar y llegando a consagrarse como imprescindible en la línea de mi día a día. La música clásica se amolda al carácter de la persona que la escucha. O a las necesidades de cada momento. Es paz pero también turbación. Tristeza y alegría. Amor o rabia. Versatilidad. De eso se trata. La ventaja de la versatilidad es que se conocen infinidad de matices del mismo género y algunos de ellos pueden resultar extraordinarios.


        El otro día andaba yo paseando tranquilamente por las calles de Munich, una ciudad impoluta con aroma a hierba fresca y a tierra mojada, cuando algo inesperado me sorprendió y me hizo girar sobre mis pasos para volver a desandar lo andado. Perseguí el sonido por las callejuelas como el que persigue sin quererlo el olor sabroso y cálido del pan recién hecho. A medida que me acercaba y la música sonaba cada vez con más fuerza pude distinguir, entre el ritmo acompasado de la caja de percusión, la sobriedad del quejido del bajo y la alegría inquieta de la voz del violín, el Canon de Pachelbel. Llegué ansiosa a Marienplatz cautivada por la melodía tan conocida pero con un matiz asombroso y extraño a la vez. Allí, rodeado de transeuntes, el quinteto callejero de cuerda y percusión Konnexion Balkon ofrecía un espectáculo de vibrante armonía, simpatía y buena música.


           El encanto sorprendente de la música clásica a ritmo de percusión combinada con acordes dinámicos con mucho movimiento nos dejaron a todos con la boca abierta. Maravilloso. Y la actitud del grupo que presentaba con humor y alegría todas sus piezas remató una actuación perfecta, como gran estrella protagonista, el violín, que guiaba al resto de los instrumentos en todo su desenfreno. El placer de escuchar la música de Konnexion Balkon es fantástico. Nunca Pachelbel imaginó su Canon con tal entusiasmo ni Vivaldi su Inverno con tanto frenesí.